“Experiencia es el nombre que damos a nuestros errores”. Oscar Wilde
La Arquitectura moderna se extinguió de golpe y con una sonora explosión en San Louis, Missouri, el 15 de julio de 1972 a las 3.32 de la tarde, cuando varios bloques del infame proyecto Pruitt-Igoe se les dio el tiro de gracia con dinamita. Previamente habían sido objeto de vandalismo, mutilación y defecación por parte de sus habitantes, y aunque se reinvirtieron millones de dólares para intentar mantenerlos con vida (reparando ascensores, ventanas y repintando) se puso fin a su miseria. Bum, bum, bum.
El porcentaje de crimen era mayor que en otras urbanizaciones, y Oscar Newman atribuyó esto a los largos y anónimos pasillos y a la falta de espacios semiprivados controlados. Otro factor es que se diseñó en un lenguaje purista que no concordaba con los códigos arquitectónicos de los habitantes. Sin duda deberían haberse conservado sus ruinas ordenando la protección legal de sus restos para así poder mantener vivo en la memoria el recuerdo de este fracaso de la planificación y de la arquitectura. Debemos aprender a valorar y proteger nuestros desastres, como hizo un excéntrico inglés del siglo XVIII al construir en sus propiedades ruinas artificiales que le proporcionaban recuerdos instructivos de anteriores vanidades y glorias. Como decía Oscar Wilde, “experiencia es el nombre que damos a nuestros errores” y es bastante sano dejarlos juiciosamente esparcidos por nuestros paisajes para que sirvan de lección. Pruitt-Igoe se construyó de acuerdo con los ideales más progresistas del Congreso Internacionesl de Arquitectos Modernos y fue premiado por el Instituto Norteamericano de Arquitectos cuando se diseñó en 1951. Estaba formado por elegantes bloques laminares de catorce pisos con racionales “calles elevadas”(que no tenían el peligro de los coches, pero sí del crimen, como más tarde se vio); sol, espacio y zonas verdes o como La Corbusier los denominaba, los tres placeres del urbanismo. El tráfico rodado estaba separado del peatonal. La zona de juegos y los servicios locales, como lavanderías, guarderías y centros de chismorreo, eran sustitutos racionales de los modelos tradicionales. Su estilo purista, metáfora del hospital saludable y limpio, tenía además la intención de infundir por medio del buen ejemplo, las correspondientes virtudes en sus habitantes. La bondad de la forma haría bueno el contenido, o por lo menos haría que se portase bien; la planificación inteligente de un espacio abstracto promocionaría un comportamiento sano. Estas ideas tan simplicistas, tomadas de las doctrinas filosóficas del racionalismo, conductismo y pragmatismo, demostraron ser tan irracionales como las doctrinas mismas.
“El Lenguaje de la arquitectura posmoderna”
Charles Jencks