El desarrollo de las casa rurales asturianas es el general a la mayor parte de Europa. Hasta el siglo XVIII el modelo común y predominante en todo el territorio era la casa de planta baja y tamaño pequeño, cuyo interior se limitaba a cocina-habitación, un cuarto y cuadra-pajar. Los datos sobre la vivienda recogidos en el Catastro del marqués de la Ensenada (1752) de varios concejos asturianos no dejan lugar a dudas: en esa época alrededor del 80% de las casas eran de planta baja y el resto eran “casa altas”, algunas con solana o corredor.
A partir de esta fecha la evolución de la casa puede resumirse en los rasgos siguientes: primero, desarrollo en altura, con el fin de obtener más espacio y separar el ganado de las personas; segundo, complicación de interior con piezas nuevas, y tercero, uso generalizado del corredor, que en las postrimerías del siglo XIX y comienzos del XX pasa a convertirse en galería cerrada con cristales. En el siglo XIX se asiste a una transformación importante del caserío, ya que la construcción de casa con planta baja y un piso será una aspiración de todos los campesinos asturianos en esa centuria. Aramburu Zuloaga, en 1899, menciona como el dinero enviado desde América por los hijos emigrados sirve a los padres para que la miserable casucha, baja y fea se haya empinado un piso y aparezca remozada y vistosa. Las fechas de construcción labradas en los dinteles de varias casas altas documentan fehacientemente esta situación. La transformación de las casa abarcó todo el territorio, pero lógicamente no fue idéntico en todos los sitios, ni en todos los casos. Por ejemplo, entre los vaqueiros de alzada, grupo social que mantiene un modo de vida trashumante, la vivienda también pasó de ser terrena a contar con planta baja para cuadra y un piso para cocina y habitación, sin embargo la construcción y el tamaño de estas casa nuevas no pueden compararse con las casas de corredor que construyeron a finales del siglo pasado otros campesinos asturianos.
Armando Graña García y Juaco López Alvarez