Los efectos de la Guerra de la Independencia (1808-1812) se hicieron notar sobre Gijón que sufrió en diversas ocasiones la ocupación de las tropas invasoras. Paralelamente al proceso de ocupación del nuevo espacio urbano se inicia el deterioro del recinto medieval de Cimadevilla que ve cómo se degradan y se arruinan muchas de sus edificaciones históricas. Detalle de este proceso en la instalación en 1822, primero en el Palacio de Valdés y pocos años después en el convento de las Agustinas Recoletas, de una fábrica de tabacos. En 1838 como consecuencia de las guerras carlistas, Gijón se vio circunvalado por una fortificación consistente en un foso con sus glacis y lienzos de mampostería aspillerados en los ángulos del perímetro en estrella que la misma dibujaba.
Partía del Paredón de San Lorenzo, aproximadamente en el entronque actual de las calles de Capua y Ezcurdia, y bordeando el nuevo convento de las Agustinas Recoletas- ya desaparecido-seguía por la calle de la Muralla hasta el espacio que posteriormente ocuparía la Plaza de San Miguel, donde formaba una punta de estrella. Luego discurría por la margen meridional de la calle Covadonga hasta los Campinos de Begoña y bordeando la alameda de Begoña formaba otra punta de estrella en el extremo Sur del paseo del mismo nombre, para seguir por la actual plaza de Europa hasta la calle General Aranda, desde donde se dirigía al entronque formado en la actualidad por la Avenida de Fernández Ladrada y la calle Prendes Pando, lugar de la tercera punta de estrella. Seguía luego por el Paso de la Infancia hasta el comienzo de la calle de Sanz Crespo para a continuación bordear el espacio que más tarde iba a ocupar la estación del ferrocarril de Langreo y, atravesando las actuales vías -última punta de estrella-, terminar en el paredón del antiguo matadero a la altura del muelle del Fomento. La pervivencia de la fortificación durante tres decenios impidió el posible desbordamiento espacial fuera del sector previsto por el “Plan de Mejoras” de Jovellanos. Ello fue posible también por la servidumbre que la condición de plaza fuerte que tenía la ciudad y por la que no se permitía la edificación en un radio de actuación de 1.500 varas a partir de los fosos. Pero pocos años antes de que desapareciese la traba militar que impedía la expansión extramuros se habían dado los primeros pasos a fin de preparar el terreno para ello. En pocos años fueron fijadas las arenas y transformado el sector en suelo urbanizable de modo que, una vez desaparecida la servidumbre que lo impedía, las presiones de la burguesía local en alza hicieron posible que en 1867 fuese aprobado un plano de ensanche de la ciudad por la zona del Arenal de San Lorenzo. También por los arenales de poniente, los de la antigua playa de Pando, se extendió la ciudad. De esta manera quedaba incorporada al suelo urbano toda la franja de terrenos de la margen derecha de la calle del Marqués de San Esteban, desde los Jardines de la Reina a la estación del ferrocarril del Norte. Pero el Ensanche del Arenal, especialmente en su zona oriental, tendría un lento proceso de ocupación y sus propietarios lo reservarían para tiempos futuros a la espera de una suculenta especulación.