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No sólo en la Edad Media, sin hasta bien entrado los siglos XV y XVI, en la carrera de un artista estaba establecido que éste debía acudir al taller de un maestro y servirle durante muchos años, al igual que un artesano lo hacía como aprendiz. El pintor toscano Cennino Cennini, nacido en 1370, relata en su tratado sobre la pintura cuán penoso era el camino de la formación de un artesano-artista: En primer lugar habrás de pasar como mínimo un año practicando el dibujo en la pizarrilla; luego estarás con el maestro en el taller hasta que hayas aprendido toas las ramas que componen nuestro arte. Luego comenzarás a preparar las pinturas, aprenderás a cocer la cola, a moler el yeso y el método de imprimir con él, aprenderás a repujar, a dorar, a granear bien, durante seis largos años. Y luego pasarás a las pruebas prácticas en pintura, a trazar decorados, a hacer telones, a ejercitarte en la pintura mural por seis años más. En todo caso, no era ese, ni mucho menos, el camino real para alcanzar la meta de convertirse en aquel hombre universal versado en muchas disciplinas, cuya imagen ideal sólo correspondía a unos pocos elegidos. Pero, en todo caso, en los siglos XV y XVI éstos fueron más numerosos de lo que fueran en el siglo XIV. Entre ellos se encontraban Brunelleschi, Ghiberti, Leon Battista Alberti, Francesco di Giorgio, Donato Bramante, Leonardo, Miguel Angel y otros, aunque incluso entre la elite creadoras de tiempo fueron casos excepcionales. Es digno de mención que en su mayoría también eran arquitectos, lo que dice mucho del rango social de este gremio. La arquitectura no se consideraba como un oficio y tampoco poseía un sistema de formación propio. Quien era arquitecto había adquirido su formación artesanal generalmente en otra disciplina, había demostrado primero en ésta su valía y avanzado entonces conforme se le encomendaban tareas de mayor envergadura, para las que eran necesarios conocimiento de aritmética, geometría y de la teoría de las proporciones de la arquitectura antigua. El trabajo de diseño y la formación necesaria para el mismo- es decir, lo que la arquitectura compartía con las artes liberales- ennoblecieron al arquitecto.